JORGE SVARTZMAN / AFP.BRASILIA.
Con una diplomacia que avanza por el filo de la navaja, Brasil se ha convertido en un interlocutor de primer plano en la discusión de grandes cuestiones mundiales, aunque sufre serios tropiezos en la integración regional.
Esa aparente paradoja se evidenció esta semana, cuando el presidente Luiz Inácio Lula da Silva pactó en Lisboa una ''asociación estratégica'' con la Unión Europea (UE), mientras el presidente Hugo Chávez amenazaba con desistir de la integración de Venezuela al Mercosur y acusaba de ''impertinente'' al canciller Celso Amorim.
Esas polémicas han debilitado a un bloque regional que, a pesar de haber sido la gran prioridad integradora de Lula, no ha conseguido en sus 16 años de existencia asegurar la libre circulación de los productos de sus socios menores, Paraguay y Uruguay, en los mercados de Brasil y Argentina.
En paralelo a las disputas con sus vecinos, a fines de junio Amorim fue acusado por Estados Unidos y Europa de intransigente, por haber dado junto a su colega de India un teatral portazo a las discusiones multilaterales de comercio en Alemania, entre los cuatro principales negociadores de la Ronda de Doha.
Esos gestos de una diplomacia ''activa y altiva'', como la define Amorim, no impiden que Brasil sea un invitado habitual a las reuniones del G-8 (los siete países más industrializados y Rusia) y a los grandes foros sobre cuestiones comerciales, energéticas y de cambio climático.
Lula tuvo en marzo dos encuentros con el presidente estadounidense George W. Bush, con quien lanzó una alianza para promover el etanol a escala continental. Una perspectiva que generó críticas del cubano Fidel Castro, de la diplomacia petrolera de Chávez y de su aliado boliviano Evo Morales.
Las posiciones de Brasil ''reflejan tanto las contradicciones de la realidad como las de su propia diplomacia'', sostiene Cándido Grzybowski, director del Instituto Brasileño de Análisis Sociales y Económicos (Ibase), una entidad organizadora del Foro Social Mundial.
Grzybowski lamenta que las alianzas Sur-Sur impulsadas por Lula no pretendan crear ``otro orden mundial, sino más de lo mismo''.
''El acercamiento Sur-Sur es innovador. Pero ¿con qué agenda? La de sustituir a los países europeos. Brasil quiere que Zimbabue deje de comprarle pollos a Europa y se los compre a Brasil'', ironiza.
Para Grzybowski, otra fuente de contradicciones de la diplomacia brasileña es ''la visión nacionalista'' que lo lleva adoptar posiciones ''irresponsables'' en temas como el cambio climático, al ser reticente a asumir metas para limitar sus emisiones de gas carbónico.
''Brasil está en una posición que no es de cambio ni de aceptación del orden mundial, y es cuestionado por todos; avanza por el filo de la navaja'', comenta.
Ricardo Seitenfus, que fue asesor del gobierno y ahora es miembro del Comité Jurídico Interamericano de la OEA, juzga que el G-20 es uno de los mayores aciertos de la diplomacia de Lula, pues impuso una agenda internacional ``activa y de propuestas''.
Bajo liderazgo de Brasil, el G-20 defiende los intereses de los países emergentes frente a Europa y Estados Unidos en las negociaciones comerciales multilaterales de la Organización Mundial del Comercio (OMC).
En el Mercosur, en cambio, Brasil tuvo una actitud ''defensiva y no constructiva'', pues ''lo usó como instrumento de política externa y no lo colocó por encima de los intereses nacionales ni aceleró su institucionalización'', sostiene.
Además, Brasil ''priorizó sus relaciones con Argentina, lo cual le impidió mediar en el tema de las papeleras'' construidas por Uruguay y cuestionadas por Buenos Aires, en una situación de tensión regional que debilitó aún más a la unión aduanera, señala Seitenfus.
El jurista considera que las actuales polémicas con Chávez, que quiere un Mercosur ''antiimperialista'' y ''antiliberal'', configuran una ''crisis anunciada'' desde el momento mismo en que Venezuela fue admitida en el bloque sin un calendario preciso de adopción de las normas comunitarias.
Fuente:elNuevoHerald.com.
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